Condensación y desplazamiento

Es difícil romper con la rutina. Digo, uno se la pasa años forjando un ritual y así como si nada a algún insolente se le ocurre que puede desarmarlo en un suspiro. Pase años buscando la camisa que mejor ocultara mis cicatrices, esas que igual ya habías escuchado en nuestro primer encuentro. Ordenaba obsesivamente mis pertenencias en esa silla, para que en cuanto me acomodará, a mis espaldas jugaras a entretejer con los puntos de mi relato hilos que me sorprendían. Tus risas mientras cambiaba los almohadones de lugar, quedando siempre en una posición más incómoda que la anterior. Pero es que la verdad, jamás fui a tu encuentro para descansar. Semana a semana, bajaba las escaleras dándole una vuelta más al espiral.


En ese primer piso en el barrio del Botánico, yo no puedo precisar con exactitud cuántos ni cuántas oyeron sin escuchar, hablaron sin decir y callaron por negar. Siempre me pregunté, ¿cuántos sujetos llegaron a vos tácitos y luego de reiteradas citas con el fantasma se retiraron con su predicado? Yo hubiera tenido una lista. ¿Solo a mi me intrigaba cuántas lágrimas tenías archivadas en las rendijas de tu diván?, ¿cuántos pasamos por tu espejo midiendo en silencio la angustia en nuestra mirada? ¿Dónde terminaba el espiral? Ya lo sé, de eso no podíamos hablar. De lo que sí pudimos hablar, fue de esa tarde de lluvia torrencial y esos pies descalzos, debajo del telar. De ese timbre, siempre adelantado. Del aroma a jazmín en el pasillo a media luz, los gritos de los chicos del colegio de atrás. 


Pude contarte la historia de una niña, que recordó su infancia del derecho y del revés. Jugando a la rayuela con ilusiones, armando collages con fallidos, pegoteados de risas y algunos retos en lugar de brillantina. También, compartimos un abrazo que derribó un muro e inventamos las palabras con las que lo volvimos a construir. Aunque ya no era un muro, sino una ventana. Allí vimos pasar historias, varios cortes y suficientes desencuentros. Pero no quiero hablar de eso. No quiero hablar de ese adiós ahogado por el portero eléctrico. No quiero hablar de la silla vacía, del bolígrafo mudo, y tampoco del té enfriándose sobre la agenda.


Nunca sabré cuántos ni cuántas, tampoco cómo, mucho menos, porque. Sí sé que alguna vez nos perdimos dando una vuelta manzana. Fue en el mismo pedacito del mundo, casi diez años como paréntesis. Sé que Banfield fue tan tuyo como mío y que por hoy, dejamos acá.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Brote

Crónica: María Fernanda Ampuero 20/04/2023

Segundo movimiento