Bouquet de narcisos

Paso el tallo por el ojal, buscando la forma de que sea uno con tu piel. ¿Por qué no lo dejás? Es imperativo, lo declaro desde lo intimo de mis pupilas. Pensá, mirá el jazmín emergiendo desde tu hombro, la lavanda recorriendo tu entrepierna. Las hojas de helecho, fortaleciendo tu espalda. Esos ceibos en tus talones, rojizos, se funden con el aloe de tus rodillas. ¿De qué te defienden esas espinas? 


Mis dedos se mezclan en las enredaderas de tu cabeza mientras acaricio el musgo zurcido en tu frente. Con cuidado, hilvano un clavel del aire en tu anular. No lo saques. Dale tiempo, dejalo crecer. No importa si tu mano se vuelve gris. ¿Acaso no ves cómo brotan las semillas bajo tus uñas? ¿Qué clase de pimpollo me vas a regalar?


La lluvia, inevitable, recorre cada gajo de tu cuerpo volviendo escarlatas las raíces en tú piel. Pienso, tal vez sea mejor dar una doble puntada, tienen que ser fuertes, para sostenerte. No grites, no es tan malo en realidad. Sentí el frío de mí dedal recorriendo las vértebras de tú espalda. De ellas surgen los hilos que sujetan cada hoja, flor, cada hierba de nuestro jardín. 


Hasta hoy, no fuiste más que un yuyo silvestre, una oruga verde desesperada por morder las hojas de mi orquídea. Yo puedo transformarte en mariposa y que te embriague el polen de mi estambre. Veo que el alfiler te altera, a veces olvido tu sensibilidad. Son momentos, cuando el metal atraviesa la corteza, cuando se funde el brote en tu ser. Basta, dejá de moverte. Tus lágrimas están embarrando el lienzo.

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